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46 Pág. Rincón policial El inspector Carrados

 

El Comisario, Gustavo Calderón, un hombre ducho en trabajos de la calle, educado y excelente Jefe de la Brigada de Homicidios, con sus brazos cruzados y uno de sus puños apoyando su mentón, casi sentado en el borde su escritorio, miraba el piso brillante de su oficina.

—Señor Carrados y señor González, contra la inquina que le tiene el “viejo”, los he llamado para que nos cooperen en el esclarecimiento del homicidio del joven Francisco, hijo del Rey del Yogourt.  Sé que los estoy metiendo en un posible lío al desobedecer las órdenes del anciano —movió la cabeza con una sonrisa—, pensar que puedo  llegar a ser un viejo estúpido como él… ¡Ja!, me da escalofrío.
—Ordene, Jefe, nosotros obedecemos —la voz apacible y clara de José Carrados hizo que Calderón lo mirara. La simpatía que sentía por el hábil investigador  que le miraba serenamente, lo estremeció y tuvo sentimientos encontrados: su admiración por el impávido joven y la rabia que le provocaba el Prefecto que ya debía haberse retirado de las filas de la policía.
—No es necesario que lo diga, señor Carrados, sé que cuento con ambos —tomó asiento en su sillón,  rascándose una oreja—. Debemos tomar una estrategia para burlar a ese viejo de…

Gonzáles, el Detective ayudante del Inspector Carrados, casi suelta una de sus sonrisas, pero miró de reojo, como era su costumbre, a su Jefe superior inmediato. Éste con cara impasible se limitaba a escuchar al despierto Comisario.

—Como la orden es que usted no figure entre los funcionarios que interrogan al malandrín, nosotros tres estaremos en la oficina vecina de la sala de interrogatorios con la puerta abierta y observaremos los acontecimientos.

 

*Un Interrogatorio de Película

 La sala destinada a los interrogatorios sólo tenía un antiquísimo escritorio de madera de grandes dimensiones; junto a una de las paredes había un individuo de mirada huidiza de mediana edad, sentado en un sillón metálico. El sospechoso, pese a mostrar un rostro cansado, lo mantenía altanero, sabedor que los Detectives debían interrogarlo con “guante de seda”, es decir sin golpearlo ni coaccionarlo con ningún método ajeno a la ley. Había estudiado Derecho en la Universidad, la cual abandonó para dedicarse a la “buena vida” y a la venta de narcóticos. Su vestimenta cara indicaba claramente que obtenía óptimas ganancias con su “negocio”.